jueves, 3 de febrero de 2011


La Señorita Mond

“Pon una hoja tierna de la luna/debajo de tu almohada/y mirarás lo que quieras ver”.

Jaime Sabines

Esa noche Amelia volvió a recordar sus sueños después de tantas lunas…

Amelia Mond era una introvertida, solitaria e impredecible niña de 6 años, cuyas diversiones eran observar por horas los árboles y flores de su jardín en los que con toda seguridad habitaban pequeñas criaturas fantásticas a los que les había llamado Lolus; además de leer cada noche los cuentos de Leonora Carrington y jugar rayuela con su amigo René.

Cada noche, antes de ir a dormir, Amelia miraba por su ventana a la misma estrella, la cual era para ella una confidente a la que le contaba absolutamente todo. La niña había hecho un inventario con las características que tenía su estrella por lo cual la hacía única.

Características según los datos científicos de la niña Mond:

· Ubicación: De la luna a cuatro dedos de su mano derecha y un bombón derretido. (Es decir, la más cercana).

· Color: Entre azul violáceo y verde radioactivo con destellos luminosos en naranjas matizados de amarillos solferinos. (Esto la convertía en la más brillante).

· Días de mayor visibilidad: 13, 14 y 15 de cada mes.

Una tarde, mientras jugaba con René, Amelia vio cómo se iba volando un globo, era como si un gran imán estuviera escondido entre las nubes y lo atrajera hacia él. René al darse cuenta que su amiga estaba en lo que él ya denominaba “alelamiento Mondiano”[1], rápidamente la jaló de una de sus trenzas y se dispuso a brindarle la mejor explicación posible que pudo encontrar a la que estaba seguro era la gran duda. –Tranquila Amelia, cada uno de los globos que se van al cielo, al llegar a lo más alto, se convierten en estrellas; ésa es la razón por la cual hay tantas estrellas en el cielo – Al terminar esta frase René, Amelia se fue corriendo y saltando muy alegre a su casa.

El alelamiento Mondiano había generado una gran idea (como casi siempre), de pronto al igual que un montón de canicas cayendo de su bolsa, con esa efusión llegó a su mente la extraordinaria imagen de ella llegando a su estrella y desinflándola para traerla consigo y tenerla amarrada a la cabecera de su cama. Ahora bien, el objetivo ya estaba marcado, pero, ¿cómo llegaría hasta allá? Durante toda la tarde estuvo piense y piense acerca de cuál sería la mejor forma de viajar hasta su estrella. Por fin luego de que su mente girara en el mismo punto, logró encontrar el mejor transporte: ¡una lata de champiñones!, la cual haría que llegara a su destino utilizando de combustible refresco de manzana y la chispa que haría la gran explosión para que despegara sería una luz de bengala. El plan era perfecto, fue así como salió al jardín y con la ayuda de los Lolus, construyó su cohete casero y se dispuso a iniciar el viaje. Dentro del cohete se llevó únicamente sus cuentos de Leonora y un alfiler para desinflar a su estrella. Pasó entre capas de nubes y nubes (comprobando otra de sus teorías: ¡las nubes eran de azúcar!) hasta que se encontró justo frente a su estrella. Es imposible describir la emoción de Amelia al verla tan cerca, tanto que la podía tocar. Fue ahí cuando se dio cuenta que ya no se la quería llevar, y entendió que hay cosas que precisamente por el hecho de estar lejos hacen que su brillo se note más, además que pensó en las otras niñas como ella para las que también era su confidente y no quiso privarlas de su luz y compañía.

“Cuando despertó, Amelia seguía ahí”. Sí, exactamente igual que el dinosaurio de Monterroso, ella se descubrió en su cuarto muy contenta, pero al mismo tiempo confundida debido a que en sus manos había rastros de algodón de azúcar.

Luego de esa noche, Amelia no volvió a recordar sus sueños, tuvieron que pasar varias lunas y ver nuevamente un globo volando hacia las nubes de azúcar, para que Amelia Mond lograra volar a su estrella por segunda vez.



[1] Término que le dio René al extraño y frecuente comportamiento de Amelia de abstraerse de la realidad y adquirir una reacción como si estuviera hipnotizada (de la misma forma en que él había visto a un señor en el circo), todo esto al tener una incógnita o un gran asombro. La mejor forma de hacerla reaccionar era jalarla de una de sus trenzas.

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